Las evidencias arqueológicas demuestran que los primeros vinos que el hombre elaboró fueron en tinajas de barro cocido. Los restos de pieles y semillas de uvas hallados en diversas excavaciones realizadas a través del Cercano Oriente confirman que el hombre fermenta en estos recipientes desde hace unos 6000 años.
La artesanía en la fabricación de las ánforas (conocidas como “kvevris” o "qvevris") y su utilización para producir vinos son tan importantes aún hoy en Georgia y otros lugares del Cáucaso, que han sido reconocidos por la Unesco en el año 2013 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
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Kvevris enterrados en una bodega georgiana, forma tradicional de instalación para mantener naturalmente estable la temperatura (Gentileza: www.georgianwineclub.co.uk) |
Los recipientes de barro se siguieron usando para vinificar y conservar el vino hasta la Alta Edad Media. Recién con las invasiones bárbaras procedentes de Europa del Norte aparecen los primeros envases de madera -que estos pueblos utilizaban para transportar sus bebidas, principalmente cerveza-. Rápidamente, los Romanos se apropiaron del material y de la técnica, descubriendo que la madera era más elástica y por ende más fácil de trabajar; además de resistente a la rotura y cómoda para la manipulación y transporte. Este desarrollo hizo que el roble se convirtiera en el recipiente preferido en la industria de las bebidas alcohólicas hasta el comienzo del siglo XX.
El descubrimiento del hormigón armado en Europa por Joseph-Louis Lambot a mediados del siglo XIX abrió una nueva posibilidad en la construcción de grandes estructuras para fermentar y albergar los vinos. Su bajo costo relativo, su alta inercia térmica y su larga duración expandieron velozmente su utilización, que llega incluso hasta nuestros días.
La popularización del acero inoxidable en la segunda mitad del siglo XX proporcionó un nuevo competidor en la industria vitivinícola; un material casi inalterable a la corrosión, extremadamente higiénico y relativamente fácil de transportar. A pesar de su costo elevado, las últimas dos décadas de ese siglo impusieron el uso de tanques de inoxidable en casi todas las bodegas del mundo.
El nuevo siglo trajo una “vuelta a los orígenes”; haciendo que muchos productores a nivel mundial vuelvan a explorar técnicas ancestrales de vinificación como la fermentación en ánforas.
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TATÚ - Elaborado en ánforas |
Tal es el caso de Ernesto Catena y su proyecto L’ Orange (Chacras de Coria - Lujan de Cuyo) donde investiga y experimenta con vinos naturales. Su último lanzamiento son estos vinos llamados TATÚ - Elaborado en ánforas. Vinos tintos del año, obtenidos con uvas de producción orgánica, fermentados en ánforas de barro, con baja intervención y sin agregado de sulfitos.
Tuve la posibilidad de probar el Syrah y el Cabernet Sauvignon de la cosecha 2019. Ambos se mostraron sencillos en la nariz, con recuerdos frutales y terrosos. Al probarlos se percibieron ligeros, bien frutados, con fresca acidez y algo de “textura de boca” -a pesar de tener los taninos sorprendentemente mansos para las variedades elegidas-, cerrando con un post-gusto final medio. Si tengo que elegir me quedo con el Syrah, pues lo percibí más sabroso, texturado y complejo.
¡Dos vinos sencillos, sin defectos y extremadamente fáciles de beber, que sorprenderán a los paladares curiosos! Sugiero refrescar un par de horas en heladera antes de beber.
Precio sugerido: $450 (botella x 375 cm3).
¿Alguien ya los probó? ¿Qué les parecieron?